Bitácora personal de Fátima Portorreal

Archivo para abril, 2010

Los alborotadores de la moral: Memoria de la colonialidad en el Parque Duarte.

La prístina ciudad colonial ha sido escenario de numerosas “vivencias escandalosas”, como se decía en el siglo XVII, a pesar de la preeminencia del discurso agustiniano de la no concupiscencia, ni el retozo de los cuerpos. Incontables son los cedularios, memorándum, prerrogativas y retóricas empleadas por la Santa Apostólica Iglesia Católica para reprimir a “los alborotadores de la moral” que circundan o residen en el lugar que textualiza sin tiempo la represión.

La zona como la nombran los jevitos, impenitentes, pícaros, fornicadores, borrachos y jaraneros se entrecruza con la temporalidad diacrónica que acentúa la presencia “del aquí y el ahora y siempre ” de la mentalidad hilderganiana que preserva el valor de lo sagrado, lo religioso y austero. No obstante, a estas innumerables parafernalias de la negación, irrumpe la dislocación, empujando los viejos muros y parques que se frotan con el deseo.

Aún hoy, ha sido poderosa la textualidad católica y estatal, aunque sin abolengos reales, pues incita a la uniformidad social y a la meta de la salvación eterna.

Pese a los acatamientos mencionados, la memoria de la resistencia irrumpe en la antigua ciudad y recuerdo que “la purulencia” no ha podido sanar por esos lares. Por tal saber, las instituciones neocoloniales (iglesia y Estado) con entusiasmo ardoroso pregonan las buenas costumbres, la exclusión y los irrestrictos controles del lugar, hoy Parque Duarte.

Pero, a pesar de tantas tintas y estruendosas campanadas, el “lugar de la inmundicia” persiste atrapado entre las paredes de los sagrados templos de la zona. Ironía histórica que todavía no han comprendido los tratadistas éticos, conserjes de la casa grande, sacrosantos juristas distritales e hieráticos sacerdotes. Como diciese Deleuze, el retozo de los cuerpos deseantes no ha sido domesticado. Por tales memorias, ni la colonialidad o las obtusas campañas clericales por la limpieza moral lograrán el vestuario inmaculado de la uniformidad social. En el lugar se instala la escritura sobre el cuerpo como portal de la diversidad y de los abrazos.